CHORRO, por Valeria

El vapor caliente empezó a inundar el cuarto de baño desde el momento que abrí el grifo y el chorro de agua hirviendo comenzó a caer en el fondo de la ducha. Antes de que el espejo se empañara, me dediqué a observar mi figura frente al espejo. La bata se deslizó por mis hombros, acariciándolos suavemente y dibujando mi contorno al caer por mi cuerpo. La siguió el camisón, que descubrió mis pechos, atrevidos, provocadores, causa de excitación y, como los de cualquier mujer, objeto de deseo. Mis dedos rozaron los pezones, ya erectos, bajando después por mi abdomen, que tenso, contenía la respiración. Mis braguitas no se sorprendieron cuando las bajé y a mí no me chocó comprobar su humedad.

chorro 1

Cayeron a mis pies, revelando mi chochito mojado, apetecible pero, con falta de pasar por la peluquería. Abrí el grifo del agua fría y los regulé a mi gusto. Estaba deseando tocarme con la excusa de la tardía depilación. Aunque ya me había duchado, lo hice deprisa y no me había dado tiempo dedicarme los mimos que me hacían falta. El agua chorreó por mi piel, erizándome a su paso, relajando los músculos y haciéndome suspirar. El gel de coco se vertió cremoso sobre mi mano y así, sin dejarlo hacer espuma, lo llevé hasta mi centro de gravedad. Posé la mano con fuerza y empecé el masaje. El suave tacto del gel y su untuosidad aceleraron el primer suspiro. Mis dedos se movieron ágilmente cubriendo los labios y la cuchilla se deshizo del vello con facilidad. Ahora el tacto era otro. No hay nada como la suavidad de un chochito depilado, la delicada piel en todo su esplendor y la sensibilidad de toda la zona, capaz de hacerte sentir como en la gloria. Mi mano se preocupó de ayudar al agua a quitar los restos de jabón, dejando mi clítoris, hinchado, a la vista. Las gotas lo presionaban ligeramente, dándole el cariño que pedía, que se merecía.

chorro 2
Sabiendo lo que hacía, mi mano cambió el modo de la ducha, girando el cabezal multichorro, buscando uno más potente que en segundos hiciera el trabajo de mis dedos. Sentía mi clítoris latiendo, untado en su propio jugo, rebosante de deseo. La fuerza del chorro no me asustó, todo lo contrario. Lo dirigí hacia mi chochito abierto y me agarré a la pared. Me golpeó con fuerza. El placer era tanto que casi picaba. El chorro me golpeaba el clítoris, saliendo agua disparada en todos los sentidos, provocando gemidos ahogados, acumulando más y más presión y haciendo que me corriera con la misma fuerza en un suspiro.

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