DEL DOLOR AL PLACER, por Valeria

“Te duele la cabeza, ¿verdad?”, afirmó mi chico al ver mi mirada forzada y encandilada cuando me quité las gafas de sol al entrar en el garaje, después de dejar a Marta.

“Si, me empezó en la bajada y la comida no me sentó muy bien…”, dije molesta conmigo misma, masajeando un poco la sien bajo los rizos pero sin conseguir resultado favorable.

“Acuéstate un rato”, dijo mi chico cuando estábamos en el ascensor, “O mejor, date un baño y luego te echas”, rectificó mirándome a través del espejo. Asentí sin poner excusas, consciente de que si no descansaba un poco, la tarde estaría perdida, incapaz de ver una película ni hacer nada que requiriera atención o movimiento.

Fui directa al baño, dejando las cholas en una esquina y el vestido como cayó en el suelo, sin prestar atención a mi reflejo quedarse sin ropa, desabrochando el sujetador, agradeciendo la libertad y bajando las braguitas para maldecir mentalmente las marcas que las costuras dejaban sobre mi piel.

Abrí el grifo y regulé el agua. No me apetecía demasiado caliente y me metí en la bañera y me senté en el fondo abrazada a las rodillas, relajándome con el placentero sonido del agua.

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Cuando el fondo empezó a llenarse, me escurrí sumergiendo el tronco, dejando que los rizos se empaparan, piernas plegadas, escuchando el chorro. Mis pies empezaron a jugar con él, agradeciendo la presión del agua, que rebotaba a mi pubis, a escasos centímetros.

Las gotas resbalando por mis labios me hicieron desear más, así que, instintivamente, me acerqué más al chorro. Suspiré al sentir la fuerza del grifo entre mis piernas, acomodándome, subiendo los pies hasta posarlos sobre el borde de la bañera, buscando el punto perfecto donde cayera con firmeza sobre mi clítoris.

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Rápido y eficaz, el bombardeo del agua sobre la carne tierna y suave no tardó en que mi vientre se contrajera y mi espalda se arqueara preparándose para el estallido, ignorando ahora el dolor de cabeza, concentrándose en el placer que me daba el chorrito hasta estallar de gusto en la bañera, medio llena.

“Ya estás mejor…”, dijo apoyándose en el dintel de la puerta. Cerré las piernas de forma instintiva y me incorporé chorreando, cerrando el grifo y alzándome sobre los pies, anticipando que se acercaría para alcanzarme la toalla, , abrazándome a ella de forma coqueta y saliendo de la bañera para quedarme a un suspiro de su piel.

“Cómo me excita escucharte…”, afirmó mientras me veía girarme camino del lavabo, dándole la espalda lo justo para que su mirada bajar por ella hasta la cintura, siguiendo el reguero de gotas que derramaba mi pelo, las que se perdían entre mis glúteos.

Me encanta la sensación de poder que me da sentir su mirada follándome, casi ver la secuencia de imágenes que se le pasan por la cabeza mientras me muevo delante de sus ojos, seduciéndolo, atrayéndolo y excitándome a mi misma por momentos.

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Todavía agarrando la toalla sobre mi pecho, me subí en el poyo del lavabo, moviéndome sobre él hasta acabar sentada sobre el fresco mármol, abriendo las piernas sin mostrar nada, solo las ganas de mi mirada.

Solté la toalla desvelando el cuerpo que tantas veces había visto, del que no se cansaba y que, rodilla en tierra, se disponía a devorar de nuevo sin quejas, ansioso por saborear el jugo entre mis labios humeantes.

Abrí más las piernas, recostándome un poco, subiendo los talones a los lados de mis caderas, quedando completamente abierta a la altura de su cara, excitada de ver como se acercaba, sin poder controlar la respiración acelerada, aguantando el primer jadeo, notando su aliento sobre mi clítoris hasta sentirme completamente abarcada por su boca.

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“Ahhh…”, gemí extasiada sintiendo la succión de sus labios, los lametones de su lengua buscando pliegues mojados, los resoplidos cuando gruñía y tragaba ansiando más y sus dedos clavados en mis nalgas, apretando con fuerza contra su cara, hundiéndose entre mis piernas cuando su lengua me penetraba, aumentando el ritmo poco a poco hasta derretirme en su boca.

Sin esperar un momento, me puse de rodillas. La toalla amortiguaba a la perfección la presión de mis rodillas contra el suelo, evitando el molimiento y algún posible rasguño mientras disfrutaba de mi chico.

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Mi mano derecha masajeaba con cariño los dos tesoros recogidos ordenadamente en su saquito, ahora más tirante por la piel requerida en la erección que mi boca se afanaba en abarcar sin éxito, corriendo mis babas barbilla abajo en el intento hasta llegar a mis pechos.

Mi mano izquierda me ayudaba a dar placer a lo que mis labios no podían, lubricando hacendosa con saliva, tirando de la piel cada vez que subía, dejándolo sin capucha en la bajada, para que mi lengua se ocupara del reluciente casco.

Mi chico miraba extasiado cómo su preciada arma desaparecía de su vista y era saboreada y chupada con fuerza, gruñendo cada lametón, cada caricia, las sacudidas tiernas y las que seguían fuertes.

Estaba duro, excitado por haberme saboreado antes, por verme saborearlo ahora, por la manera en que mi lengua lo rodeaba para después sumergirse hasta mi paladar, por el modo en que me lo restregaba por la cara al bajar por el tronco para lamerlo todo.

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La primera gotita transparente me avisó de que aflojara la marcha, de que si no aminoraba no habría marcha atrás…, pero no pude frenarme, no pude aguantar el deseo de verlo derramarse entre mis labios mientras sus ojos intentaban mantenerse abiertos para verme la boca inundada de su placer, agitando con fuerza hasta el final, para conseguirlo todo, para relamerme de gusto sonriente…

 

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