“Hola”, dijo Tania abriendo la puerta con su propia llave,”Tenemos visita”, añadió alertando de mi presencia a una Brenda que asomó relajada, con el pelo todavía húmedo de la ducha y un vestido cómodo, de estar por casa, gastado y desteñido, pero que le sentaba de fábula.
“Hola, ¿qué tal la clase?”, dijo acercándose a Tania para besarla sin ningún pudor de que yo me encontrara delante, prolongando el roce de sus labios hasta el punto en que su excitación se hizo visible en sus pezones, libres de cualquier sujección. Luego se acercó a mí para darme besos recatados, asegurándose de que sus pechos se tambalearan de lado a lado, haciendo casi imposible evitar mirar su escote.
Seguimos el contoneo de su cadera hasta la sala, donde Tania encendió un quemador de esencias y vertió unas gotitas de un aceite en la parte superior. En la clase de yoga también lo hacía, impregnandolo todo del delicioso aroma de su elección, envolviendonos en él. Su estilo bohemio se empezaba a notar por casa de Brenda en esos pequeños detalles que la delataban, con los que marcaba su presencia en la casa y la hacía más suya, más cómoda.
Nos sentamos rodeadas de los coloridos cojines con espejitos que destacaban en el ambiente más clásico del salón, hablando sin parar mientras ellas compartían alguna caricia, mientras sus dedos subían y bajaban por las piernas de la otra sin dejar de prestarme atención.
Pero llegó un momento en que el deseo nubló mi mente y me empezaron a faltar las palabras, en que no era capaz de seguir la conversación sino los dedos, como hipnotizada, anhelando que fueran los míos los que se deslizaban con tanta sensualidad.
“Valeria, ¿estás bien?”
* * * * *
El vestido de Brenda yacía a mis pies pero no supe qué la llevó a quitárselo ni en qué momento de la conversación empezó a desnudar a Tania, que me miraba desde el otro sofá haciendo gala de su flexibilidad mientras jugaba con la humedad que había entre sus piernas.
Brenda se siguió acercando, desnuda, pellizcando sus pezones a la vez que sonreía con malicia, consciente del deseo que me paralizaba, esperando su siguiente movimiento con ansia.
Se arrodilló delante del sillón en el que me encontraba, quitándome las zapatillas y tirándolas a lo loco, masajeando mis pies con calma y acercando su lengua hasta tocar los dedos, lamiéndolos con esmero y chupándolos con ganas. Me tuve que agarrar a los brazos del sillón para controlar las cosquillas y disfrutar del húmedo placer que me daba y que transmitía por todo el cuerpo mientras Tania se retorcía de gusto viéndonos.
“Ahh…”, mis gemidos empezaron a acompañar a los de Tania y el jugoso calor que traspasaba ya el legging me llamaba, atrayendo mis dedos de forma incontrolable.
“Nooo…”, me ordenó Brenda dejándome con las ganas y doblando mi deseo, atinando únicamente a morderme el labio y acariciarme el cuello.
“Desnúdala…”, gimió Tania frenando sus dedos y degustando sus más íntimos deseos. Brenda sonrió y le hizo caso, tirando del legging con fuerza, descubriendo el tanga empapado de mis jugos y acercándose a olerlo y pasar la lengua por encima. La calidez de su aliento hizo que mi clítoris latiera y que de nuevo me agarrara al sillón, dejando las uñas marcadas en la tela.
Sonrió y lo agarró con cuidado entre los dientes, llevándoselo con ella hasta los pies, soltándolo para liberarme las piernas que entonces pude abrir para que me comiera entera. Trepó por el sillón mientras colocaba las piernas sobre los brazos del mismo, abriéndome por completo a un palmo de su cara, notando su respiración sobre mi sexo.
“Mmm…”, ronroneó parándose a mirarlo con las manos puestas sobre la cara interna de mis muslo, jugando con los pulgares en mis inglés. Abrió la boca para abarcarme entera, succionando todo entre mis labios, jugando con rabia con la lengua, incapaz de distinguir entre su saliva y mi jugo, ansiosa de verme disfrutar mientras Tania jadeaba conmigo, dejándonos llevar, disfrutando el suave tacto…
* * * * *
Caímos sobre la alfombra enredadas, yo con el cuerpo ruborizado por el delicioso orgasmo y ella con mi sabor en sus labios. La besé sin descanso, disfrutando la suavidad de su rostro de mujer y excitada de olerme en su cara, abrazando su cuerpo desnudo mientras luchábamos hasta que logré ponerme encima.
Mis manos apresaron las suyas por encima de su cabeza para que no se moviera y los pezones desaparecieron engullidos por el roce de nuestros pechos mientras las piernas se mojaban en la erótica lucha de deseo.
El juego pasó a ser baile con el contoneo que tanto nos estaba gustando cuando, con solo incorporarme, nuestros sexos quedaron encajados, labios sobre labios resbalando en la delicada y abierta carne, mezclando nuestros jugos al instante.
Abracé con fuerza la pierna que tenia delante, atinando a mirar a Tania tocarse con furia a la vez que hundía sus dedos a conciencia. Casi podía imaginar las contracciones que se producía con tan solo oír su chapoteo a juego con el nuestro, tan jugoso y apetecible.
Seguí mi baile con Brenda dejándose llevar, vencida, sin nada que objetar, amasando sus pechos mientras se mojaba los labios, disfrutando el placer de la carne, la presión de nuestros clítoris rozándose, la tensión acumulándose con cada movimiento mientras el baile se hacía cada vez más intenso, corriéndonos entre jadeos ante los expectantes ojos de Tania.
“Uff…”, caí exhausta sonriendo al lado de Brenda, mirando a Tania con impaciencia, con desconsuelo. Ella, con la paciencia que la caracterizaba, había esperado sin exigir, sin apresurar, disfrutando sólo con la visión de nuestros cuerpos dándose placer, buscando el suyo propio.
Me acerqué al sofá donde estaba, con las piernas cerradas y una mano todavía entre ellas, besando sus rodillas para que me abriera las puertas y, al hacerlo, descubrí sus labios hinchados y rojos de la fricción. Me acerqué besando la cara interna de sus muslos, disfrutando el característico aroma suave y afrutado de su sexo a medida que me acercaba a las ingles, besándolas pegajosas hasta llegar a los abultados labios y al clítoris.
“Ahhh…”, gimió ante el primer roce, cuando mojé los labios para saborearla, besándola con lengua, notando cómo se humedecía en mi boca, tan excitada, tan deseosa. Sus jadeos eran frecuentes y, esta vez, escandalosos, indicándome el ritmo, pidiendo más hasta que hundió sus dedos entre mis rizos para dejarse llevar al son de mi lengua.
“Hay que repetir estas meriendas más a menudo…”, dijo Brenda todavía echada en la alfombra.
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