Siempre estoy cachonda. Da igual el motivo, la situación y el entorno, mis braguitas siempre están jugosas, esperando unas manos que las bajen y unos dedos que alivien mi calentura, o una lengua que beba de mí sin descanso. Y, por supuesto, la clase de yoga no fue una excepción. Tener el cuerpo de Brenda entre mis brazos y el impedimento de no poder tocarlo como quería, me ponía a mil, aumentando las ganas y escalofriando mi cuerpo.
Volví a casa suspirando, con ganas de haber podido estar las tres solas, de que Tania no hubiera tenido otra clase, de indagar en sus cuerpos toda la tarde. Subí la escalera ya más relajada, conforme con la situación, despistándome un poco con el pensamiento de las labores pendientes, soñando con mi ducha bien caliente y una taza de chai latte envuelta en mi albornoz.
“¿Qué tal?”, preguntó mi chico al verme entrar. “Bien”, fue lo único que respondí buscando sus labios como consuelo y sumergiéndome en su boca, disfrutando el suave masaje exfoliante de su barba de dos días, ese que después de un rato me deja la piel dormida. Sus labios carnosos no podían con los míos, que mandaban en el sensual y placentero baile, inicio y despertar del deseo, a medida que sus manos dejaban mi cintura buscando zonas más bajas que agarrar. “Voy a la ducha”, dije frenándolo, deseando asearme para dar mi mejor cara cuando explorara mi cuerpo más tarde. No había llegado al baño cuando un wassap llamó mi atención, sorprendiéndome de su contenido y de que no viniera con un aviso de dos rombos. Era una foto de Marta, bueno, de una carnosa y jugosa parte suya. La imagen de su chochito húmedo mojó el mío, llevándome de inmediato de vuelta hasta me chico. “Mira”, dije casi empotrándole el móvil en la cara por la excitación. “Vaya…”, respondió casi sin voz.
Sin pensarlo dos veces me arrodillé mirándolo mientras me lamía los labios, recorriéndolos con suavidad, premonición de lo que iba a pasar, provocando que sus manos se atropellaran para bajarse el pantalón, incapaz de coordinar los dedos, casi arrancando el botón. Su pene ya erecto saltó de los calzoncillos como un resorte, llegando a mis labios húmedos, que abriéndose poco a poco besaron el glande, engulléndolo mientras mis dedos buscaban afanados el móvil para sacarme el selfie del año.
La foto no tenía desperdicio. El pene de mi chico lucía grande y brillante abrazado por mis labios, y mi cara de placer succionándolo era digna de mención. Lo que no me esperaba es que al mandarla, Marta no respondiera, sino que llamara. “Quiero oír como se la chupas…”, fue todo lo que dijo entre gemidos. Mi chico gruñía cerrando los ojos ante mis lamidas, escuchando el excitante sonido de los dedos de Marta penetrándose a través del manos libres, treméndamente útil en esta situación. Me excitaba que me hablara, que me dirigiera, “Lámelo…, restriégatelo por la cara…, chúpalo con fuerza…”, y yo obedecía esmerándome en seguir sus instrucciones al pie de la letra ante la mirada atónita de mi chico.
“Ahora fóllatela…”, dijo en un susurro cambiando su objeto mando, su títere a distancia. Mi chico obedeció fiel a la causa, arrodillándose junto a mi y desnudándome sobre el frío suelo, lamiendo mis pezones y bajando rapidamente a mi fuente de placer, llena, rebosante y apetecible, haciendo que mis gemidos compitieran con los de Marta con el hábil movimiento de su boca que, sin pausa, no tardó en arrancarme el primer orgasmo.
“Siii, sigue así…”, pidió en un ruego mientras mi chico se colocaba sobre mi y empujaba su pene muy adentro. “Ahhh…”, dije casi gritando con los ojos en blanco, esperando embestidas más fuertes, deseando que Marta oyera el sonido de mi culito contra sus piernas, imaginando como se tocaba en alguna esquina de la casa sumergiendo los dedos, empapados de su delicioso flujo, acariciando el clítoris con su excitante película porno de fondo, esperando el momento, aumentando el ritmo, gimiendo, gritando conmigo hasta no poder más, hasta correrse en su propio abrazo, jadeando los tres al unísono.
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